
- Por: Juan Diego Díaz Letona
Existe una creencia ampliamente extendida de que en la mesa no se debe hablar de deporte, religión ni política. Sin embargo, esta norma social, lejos de fomentar la armonía, ha creado una cultura del silencio donde las personas reprimen sus opiniones por temor a la confrontación. Este miedo no solo limita el intercambio de ideas, sino que también perpetúa la indiferencia en una sociedad que, aunque inconforme, prefiere callar antes que debatir. Pero ¿hasta cuándo seguiremos cómodos en la apatía?
A algunos les han dicho que evitar estos temas mantiene la paz, cuando en realidad lo que hace es impedir el desarrollo de ciudadanos críticos, creativos y comprometidos. La consecuencia de esta mentalidad es clara: generaciones enteras que no saben defender sus posturas, que temen confrontar opiniones contrarias y que prefieren callar antes que ser cuestionadas o cuestionar. Pero ¿cómo podemos aspirar a una sociedad más justa y desarrollada, si ni siquiera somos capaces de discutir nuestras diferencias o defender nuestros argumentos? La democracia, el progreso y el cambio no nacen del silencio, sino del dialogo, el debate y de atrevernos a tener esas conversaciones incómodas que evitamos.
Es momento de desafiar el silencio y normalizar la discusión de temas que nos importan y afectan. Convertir lo incómodo en cotidiano y lo prohibido en habitual es clave para fortalecer el pensamiento crítico y el debate, pilares esenciales de cualquier sociedad libre.
En Guatemala, la cultura del debate es prácticamente inexistente porque nos han enseñado a que se obedece sin cuestionar a la autoridad, haciéndonos parecer ovejas, y que es mejor callar que defender nuestras ideas. Pero esta mentalidad nos ha llevado a una sociedad polarizada, donde las opiniones se convierten en dogmas y el pensamiento crítico es la excepción, no la regla.
Fomentar el debate no es un lujo, es una necesidad urgente. No solo fortalece el criterio propio, sino que también prepara a los ciudadanos para enfrentar una realidad compleja con argumentos sólidos. Una democracia real no se construye con el silencio, sino con discusiones abiertas y respetuosas donde todas las voces sean escuchadas, aunque no todas sean aceptadas. Callar no es sinónimo de respeto; es, muchas veces, la razón por la que el poder sigue en manos de quienes se benefician de nuestra indiferencia. Hay que aprender a disentir de manera respetuosa pero firme de acuerdo con nuestras convicciones.
El debate es más que una herramienta de expresión; es un arma contra la ignorancia. Aprender a debatir enciende la chispa en los jóvenes, enseñándoles no solo a defender sus posturas con fundamento, sino también a escuchar, investigar, profundizar, comprender y desafiar sus propias creencias. Sin embargo, en Guatemala, la ausencia de debate en los hogares, colegios, universidades e incluso en la administración pública ha creado ciudadanos que repiten lo que escuchan sin cuestionarlo, que se aferran a ideas sin analizarlas y que rechazan lo diferente sin comprenderlo. Así no podemos avanzar.
La democracia, el progreso y el cambio no nacen del silencio, sino del diálogo, el debate y de atrevernos a tener esas conversaciones incómodas que evitamos
Esta falta de diálogo ha hecho que las opiniones se radicalicen, creando una sociedad dividida en bandos, aparentemente, irreconciliables, donde las personas no buscan la verdad, sino la reafirmación de sus propias creencias. No debatimos para aprender, sino para ganar. No escuchamos para entender, sino para responder. Y así, en lugar de construir un país con ciudadanos pensantes, creativos e innovadores, nos hemos conformado con una sociedad de eco, donde cada uno se encierra en su burbuja ideológica y se niega a ver más allá.
o podemos hablar de una nación verdaderamente democrática sin debate. Uno de los pilares de la democracia es el intercambio de ideas, y sin confrontación de posturas, sin una sociedad activa y participativa, la democracia se convierte en una farsa. La comodidad del silencio solo perpetúa el statu quoy deja en manos de otros el destino del país.
Se dice que el futuro de Guatemala está en los jóvenes, pero para que haya un cambio real, es imperativo salir de la zona de confort. La apatía solo beneficia a quienes han convertido la desinformación y la manipulación en herramientas de control. Hoy, más que nunca, debemos abrir los ojos y asumir la responsabilidad de construir el país que queremos. No basta con indignarse o perderse horas en redes sociales, ni con quejarse en privado; es necesario levantar la voz con propósito, cuestionar y actuar.
Como dijo Margaret Thatcher: “Me encanta el argumento. Amo el debate. No espero que nadie sencillamente se quede sentado y esté de acuerdo conmigo; ese no es el trabajo de ellos.” No se trata de imponer una visión, sino de confrontar ideas, desafiar lo establecido y construir el futuro con pensamiento crítico, no con sumisión.
El silencio solo beneficia a quienes quieren que nada cambie
El verdadero cambio no viene de quienes se limitan a observar, sino de quienes se atreven a cuestionar. Los grandes líderes de la historia no fueron aquellos que aceptaron lo establecido, sino los que tuvieron el coraje de debatir, de desafiar las normas y de luchar por sus convicciones. Guatemala no necesita más espectadores; necesita ciudadanos activos, pensantes y dispuestos a alzar la voz.
Permanecer callados no es una opción. Si queremos un país mejor, debemos empezar a cuestionar, a discutir, proponer, trabajar y a forjar el camino hacia una Guatemala más justa, libre y democrática. El cambio comienza cuando dejamos de temerle al debate y lo convertimos en una herramienta para transformar la sociedad.
El silencio solo beneficia a quienes quieren que nada cambie. La pregunta es: ¿seguiremos siendo cómplices con nuestra pasividad o nos atreveremos a hablar, a debatir y a construir un futuro distinto?



