
- Por: Fabrizio Esquivel
En la cultura de países que suelen sufrir de crisis, como es el caso de Guatemala, existe una fascinación por la figura del líder fuerte, alguien con carisma y promesas de “solución para cualquier problema”. Este tipo de personaje se vuelve el rostro de la esperanza, del cambio, e incluso del milagro. Desde tarimas con discursos eufóricos hasta pancartas con eslóganes brillantes, todo repite una misma idea, sin un liderazgo con la fuerza para imponer orden, no hay futuro para la nación. Sin embargo, esta narrativa, aunque atractiva a los oídos del votante promedio, tiene un profundo nivel de peligro. El progreso real y duradero no puede provenir de la personalidad de un individuo, sino de la fortaleza, autonomía, eficiencia y capacidad de auto-fiscalización del aparato estatal. En un país con una historia marcada por dictaduras, “mesías” políticos y crisis sistémicas, esta diferencia es urgente de comprender. Lo que deseo mostrar es la necesidad de borrar de nuestro enfoque político la figura del héroe político y concentrarnos en construir estructuras democráticas que garanticen justicia, seguridad y estabilidad para todas las personas.
El gran mito: los líderes fuertes
El gusto por los dirigentes “mano dura” es un fenómeno global, pero América Latina tiene una historia particularmente extensa con esta figura del “mesías político”. El populismo, entendido como una estrategia que apela a “el pueblo” contra “los enemigos” de este, suele concentrar todo el poder simbólico en una sola persona. Este fenómeno se ha expandido como un virus que debilita las bases del orden republicano. Casos como el de Alberto Fujimori en Perú, Hugo Chávez en Venezuela, Nayib Bukele en El Salvador o incluso Donald Trump en Estados Unidos, reflejan esa lógica. Todos estos líderes comparten patrones: debilitan la independencia de los poderes del Estado, cooptan organismos autónomos y reducen la legitimidad institucional a favor del culto a su figura. Así, la democracia y el Estado de Derecho sufren un desgaste profundo, y la concentración del poder en una sola voluntad genera escenarios de conflicto, exclusión y autoritarismo.
La debilidad estructural del Estado ha facilitado históricamente el abuso de poder, generando una dinámica política basada en la desconfianza entre el Estado y la ciudadanía.
El poder personal y la fragilidad institucional en Guatemala
La historia de Guatemala ha estado marcada por el paso de líderes que se autodenominan salvadores de la patria, pero que, en realidad, colocan sus intereses personales antes que los de la nación. Desde los clásicos presidentes liberales hasta los dirigentes del conflicto armado interno, el país ha atravesado ciclos de liderazgos carismáticos combinados con una ausencia casi total de instituciones perdurables. La debilidad estructural del Estado ha facilitado históricamente el abuso de poder, generando una dinámica política basada en la desconfianza entre el Estado y la ciudadanía. Aunque la etapa democrática posterior al siglo XX abrió la puerta al fortalecimiento institucional, el problema continúa. La autoridad concentrada en el carisma del líder y no en el marco legal sigue dominando el escenario político. La coexistencia de figuras autoritarias con una institucionalidad frágil explica, en gran medida, la inestabilidad política y social que sacude a Guatemala en la actualidad.
¿Qué son las instituciones fuertes?
A lo largo de este artículo se ha mencionado la importancia de construir instituciones sólidas, pero vale la pena detenerse a pensar en qué significa realmente este concepto. Instituciones fuertes no se refieren simplemente a edificios o normativas, sino a estructuras con autonomía real, independencia funcional y un compromiso efectivo con la legalidad y la justicia. Se trata de un poder judicial capaz de actuar sin presiones políticas ni económicas; de un Congreso que funcione como contrapeso real y como expresión de la pluralidad democrática; de organismos técnicos y autónomos que velen por la transparencia, el acceso a la información y el control del poder. Una institucionalidad sólida incluye también a una ciudadanía crítica y participativa, con una cultura política que respete el Estado de Derecho y valore la división de poderes. Estas estructuras son el ancla que impide que una nación se rija por el capricho de una sola persona, y en cambio, permiten construir un orden político basado en reglas, derechos y responsabilidades compartidas.
la educación cívica resulta fundamental, sólo una ciudadanía informada y vigilante puede construir una cultura institucional sólida.
Las consecuencias de tener instituciones débiles
Priorizar al líder fuerte por encima de las instituciones tiene consecuencias graves para la nación. En primer lugar, abre la puerta a la corrupción, ya que la ausencia de controles efectivos permite el abuso del poder. En segundo lugar, fomenta la impunidad y la arbitrariedad, desgastando la confianza del ciudadano en la justicia. Tercero, debilita la calidad de la democracia, pues reduce la pluralidad política y obstaculiza la fiscalización del poder. Además, genera inestabilidad política y social, cuando un líder cae o pierde poder, la falta de instituciones perdurables deja un vacío que puede desencadenar en descontrol o violencia. Guatemala, con sus ciclos de crisis recurrentes, refleja todas estas consecuencias, conflictos entre poderes, cooptación de la justicia y una población que vive entre el miedo y el desencanto. El culto al liderazgo es, en este contexto, una apuesta que compromete el bienestar colectivo y la posibilidad de construir un mejor futuro.
¿Cómo fortalecemos nuestras instituciones?
Recuperar y reforzar la institucionalidad del Estado es un proceso que exige voluntad política, compromiso ciudadano y una visión de largo plazo. Es crucial garantizar la independencia judicial mediante procesos de selección de jueces que sean transparentes, fiscalizables y basados en el mérito. Se deben fortalecer los mecanismos de contrapeso, elevando la capacidad del legislativo, promoviendo la diversidad política y reforzando la rendición de cuentas. La sociedad civil debe participar activamente, no sólo protestando, sino también proponiendo, observando y exigiendo transparencia. En este sentido, la educación cívica resulta fundamental, sólo una ciudadanía informada y vigilante puede construir una cultura institucional sólida. Además, es urgente modernizar las entidades de fiscalización y control, brindándoles recursos y la autonomía necesaria para operar sin interferencias. Estas acciones, aunque complejas y políticamente desafiantes, son esenciales para desarmar el conflicto del poder centralizado en el líder y avanzar hacia un Estado funcional, justo y verdaderamente democrático.
Guatemala no necesita héroes ni salvadores con frases efectistas o campañas vistosas, necesita una ciudadanía consciente y estructuras democráticas capaces de sostener un orden jurídico que no se derrumbe con cada cambio de liderazgo. La historia demuestra que los liderazgos personalistas, por más seductores que parezcan, tienden a ser efímeros y peligrosos cuando se imponen sobre un aparato estatal debilitado. Solo a través de un compromiso colectivo con la construcción de instituciones sólidas, independientes, eficientes y transparentes se podrá alcanzar una república auténtica, estable y digna. El reto al que nos enfrentamos es grande, pero la recompensa lo vale, un país donde la justicia, y la gobernabilidad no dependan de la narrativa política de un político, sino de la solidez del marco legal y de la conciencia activa de su ciudadanía.



