
- Por: Francisco Guerra
En Guatemala más de la mitad de la población es joven, alrededor de un 60%. Y si contamos a los menores de 35 años como jóvenes, llegamos al 70%. Con semejante mayoría, lo lógico sería que la juventud se involucrara de lleno en la política. Pero la pregunta es: ¿por qué hasta ahora? La verdad es que fue después de las elecciones de 2023 cuando los jóvenes decidimos levantarnos y organizarnos. Nos tardamos, pero aquí estamos.
Cada vez que se habla de política, salen los mismos prejuicios de siempre. Y cuando se trata de señalar a la juventud que quiere liderar, la cosa empeora: al joven con vocación de servicio público se le humilla, se le etiqueta con insultos, sin importar la ideología que defienda. Eso pasa, aunque no tengas fama ni reconocimiento; y si lo tienes, la persecución es todavía más fuerte. En este país pareciera que participar en política siendo joven es casi un crimen. Mientras en otros países es motivo de orgullo, aquí el reconocimiento en redes sociales solo atrae campañas negras en tu contra. Da igual si apoyas a la izquierda o a la derecha: a todos los líderes jóvenes les pasa lo mismo.
Además, la sociedad misma alimenta ese círculo vicioso. Se aplaude cuando un joven emigra y “triunfa” fuera del país, pero se le ridiculiza cuando decide quedarse aquí y luchar desde la política. Esa doble moral es peligrosa: nos enseñan a admirar al que huye, pero a despreciar al que se queda. Y si lo pensamos bien, ¿cómo se supone que Guatemala cambie si todos los que podemos hacerlo nos rendimos antes de intentarlo?
Esto tampoco es algo nuevo. En Guatemala siempre se prefiere a alguien mayor, cercano a jubilarse, para ocupar un cargo público, antes que a un joven con energía y carrera por delante. En las pocas ocasiones en que un joven ha llegado a un curul, casi siempre su carrera termina destruida. La sociedad tiene una habilidad impresionante para convertir a un joven en objeto de burla y enterrarlo políticamente, solo porque pertenece al partido que no gusta.
Cada vez que se habla de política, salen los mismos prejuicios de siempre. Y cuando se trata de señalar a la juventud que quiere liderar, la cosa empeora: al joven con vocación de servicio público se le humilla, se le etiqueta con insultos, sin importar la ideología que defienda.
Existe un miedo profundo a la renovación generacional. No se trata de una lucha de clases ni de ideologías radicales: el verdadero problema es que muchos adultos que han estado en la política por años no quieren soltar el poder. Ven a los jóvenes no como una oportunidad para fortalecer al país, sino como un riesgo para sus privilegios y redes de influencia. Y es claro: mientras más divididos estemos los jóvenes, más fácil será para ellos seguir controlando todo.
Lo digo por experiencia. Desde que me tocó liderar Congreso Joven he visto y vivido todo esto en carne propia. Y lo más irónico es que, incluso dentro de la política juvenil, repetimos los mismos errores de siempre. Creamos un espacio propio, separado de la política tradicional, pero en lugar de aprovecharlo para hacer las cosas distintas, caímos en la misma competencia absurda por ver quién es “mejor”. Es ridículo y autodestructivo. Teníamos la oportunidad de empezar de cero y hacer las cosas bien, pero preferimos copiar lo que tanto criticamos.
He conversado con personas que en algún momento fueron mis adversarios, con quienes me atacaba constantemente en redes sociales. Y les seré honesto: me agradaron más en persona que muchos que están cerca de mí. Esas charlas me hicieron reflexionar, porque vi que también han sufrido lo mismo: que por ser jóvenes ya tienen enemigos encima. Incluso algunos de ellos fueron responsables de ataques hacia mí. Pero a ellos les pregunto: ¿de verdad vamos a seguir haciendo lo mismo de siempre? ¿No podemos iniciar de nuevo, sin las tácticas sucias del pasado? Si vamos a pelear, que sea con ideas, propuestas y argumentos, no con campañas negras.
Dejemos de perder el tiempo y levantémonos. Es hora de actuar.
Porque los verdaderos enemigos no son los que insultan en Twitter, sino los que operan en silencio. Son líderes de otras organizaciones que solo quieren ver la tuya caer para levantar la suya. Son los traidores que alguna vez ayudaste y que después te dan la espalda. Son los que llenan su vacío emocional viéndote fracasar. Y lo hacen con todo: TikToks, publicaciones en Facebook, ataques constantes. Es impresionante cómo intentan destruirte aunque no cobres un salario público, aunque lo hagas todo por amor, aunque lo único que quieras sea ayudar a que más jóvenes se involucren en la política. No les importa. Para ellos, el simple hecho de que lideres y seas visible ya es razón suficiente para soltar todo contra vos. Jóvenes atacando a jóvenes, destruyéndose entre sí.
Lo triste es que, en lugar de sorprenderme, ya no me decepciona el actuar de muchos líderes políticos jóvenes, porque cada día inventan una nueva forma de hacer daño. Y sí, me preocupa que este espacio que tanto costó crear ya se esté pudriendo. Pero aún hay tiempo. Faltan dos años para las elecciones. En 2023, la mayoría de jóvenes apoyó a un partido de chavorrucos y a un anciano en la presidencia que prometieron trabajar por nosotros, pero no lo hicieron. Ahora, quienes vamos por esos puestos somos nosotros.
Hay una frase muy cliché en la política juvenil: “Los jóvenes no somos el futuro, somos el presente”. Pero no basta con emocionarse cuando nos lo dice algún político mayor. Tenemos que reconocerlo y actuar.
Vamos por los cargos públicos. Juguemos limpio. Hagamos las cosas bien. No permitamos que nuestro espacio se siga pudriendo. Líderes: somos el presente. Dejemos de perder el tiempo y levantémonos. Es hora de actuar.



