
- Por: Fabrizio Esquivel
En Guatemala, hablar del privilegio se ha vuelto algo incómodo, o incluso tabú. No por lo que significa como tal, sino por lo que revela. Reconocer la existencia de privilegios, aunque sean mínimos, implica aceptar que vivimos en un país profundamente desigual, donde las oportunidades no están repartidas de manera igualitaria. Esta es una verdad difícil de digerir para muchas personas, lo que lleva a que el tema del privilegio se evite o se ignore. Pero negarlo u ocultarlo no sirve de nada, sino que tan solo lo desperdicia.
No se trata de cuán grande es la acción, sino de su intención.
No escribo esto desde el resentimiento, ni con la intención de culpar a cierto grupo social, y mucho menos desde un punto de vista ideológico. Este no es un texto revolucionario. Es, más bien, una reflexión y un llamado a la acción sobre la utilidad del privilegio. Tener privilegios, de cualquier tipo, no es algo negativo. Lo preocupante es no hacer nada con ellos. Es absurdo pensar que el privilegio debe disfrutarse exclusivamente en privado, cuando la sociedad en general se cae a pedazos día a día. En Guatemala, el privilegio tiene una utilidad que solemos olvidar, puede ser una herramienta, un puente, una palanca para aportar algo concreto en el contexto nacional.
Diferentes formas de privilegio
Solemos pensar que el privilegio es solo económico, pero eso es limitarlo. Haber tenido acceso a una buena educación, gozar de estabilidad emocional, contar con tiempo libre, redes de apoyo, viajar, o incluso disponer de un espacio para leer y pensar: todo eso también lo es. Son ventajas que muchas personas no tienen, y que marcan una diferencia enorme al momento de actuar o tomar decisiones.
Pero estas ventajas no deben convertirse en muros entre “ellos” y “nosotros”. Al contrario, pueden convertirse en una base para construir algo más. En lugar de incomodarnos por tenerlas, deberíamos asumirlas con naturalidad y preguntarnos: ¿qué puedo hacer yo, desde donde estoy, con lo que tengo? La respuesta no tiene que ser espectacular. Basta con que sea honesta y útil.
Lo que podemos hacer
Siempre hay algo que se puede hacer. A veces basta con informarse antes de votar, compartir contenido verídico, o hablar de temas nacionales con la familia. Otras veces implica involucrarse más: donar, colaborar con organizaciones, enseñar lo que uno sabe, escuchar lo que no ha vivido. Participar también es exigir cuentas, sumarse a movimientos ciudadanos, o generar espacios donde otros puedan crecer.
No se trata de cuán grande es la acción, sino de su intención. Guatemala no cambiará por actos monumentales aislados, sino por la constancia de gestos pequeños, responsables y conscientes, repetidos por muchos. Ahí es donde el privilegio se vuelve útil: cuando se transforma en participación real.
Una responsabilidad compartida
Guatemala enfrenta desafíos enormes, pero no está condenada. Aunque las soluciones no vendrán todas desde el poder central, muchas ya han nacido de comunidades, colectivos y personas que actuaron con lo que tenían. Pensar como país es asumir que esto no es solo responsabilidad del Estado, sino también de quienes pueden sumar desde distintos frentes.
No importa el lugar que ocupás, si tenés estudios o no, si vivís en la capital o en el interior. En todos los niveles hay decisiones que cuentan. Y no hace falta que todo esté resuelto para empezar. Se empieza con lo que se tiene, donde se está. La utilidad del privilegio está, precisamente, en eso, en apoyar lo que funciona, en crear donde hace falta, en sostener lo que ya está en marcha.
La importancia de participar
Participar no requiere un título rimbombante ni un cargo oficial. A veces, solo se necesita voluntad. Basta con no ser indiferente. Usar el privilegio con sentido cívico no es un acto de caridad, sino de coherencia. Es asumir que lo público también es nuestro y que criticar desde el sofá no es suficiente. Cuando personas con herramientas, conocimientos o redes deciden involucrarse, aunque sea poco, se nota, se eleva el nivel del debate, se amplían perspectivas y se recupera el sentido colectivo. No se trata de tener siempre la razón, sino de estar presentes.
Si se puede hacer, hay que hacerlo
No todas las personas tienen las mismas capacidades de actuar, pero sí se puede hacer algo, aunque se vea como algo mínimo, hay que hacerlo. Si se tiene salud, tiempo, recursos, formación, o apoyo, entonces el margen de acción ya es inmensamente más grande que el de muchos guatemaltecos. Reitero, esto no es una cuestión de ideología, sino de una oportunidad a pertenecer a algo, de ayudar, de poder sumar a una nación a la cual no le cae nada mal cualquier tipo de ayuda. Tal vez sea una iniciativa pequeña en una comunidad. Tal vez un proyecto educativo, una campaña de información, una conversación bien dirigida. Tal vez sea, simplemente, asumir con seriedad el rol de ciudadano, en un país donde eso no siempre se enseña. Lo importante es dar ese primer paso con claridad, sin pretensiones, pero con constancia. Pero después recaemos en la pregunta, ¿y si todavía no sé por dónde empezar? Hay que hablar, escuchar, y acercarse a personas que ya están haciendo algo. Sumarse a lo que ya existe, también es una forma excelente de usar el privilegio.
Si se tiene salud, tiempo, recursos, formación, o apoyo, entonces el margen de acción ya es inmensamente más grande que el de muchos guatemaltecos.
El privilegio es un punto de partida, no una culpa ni un peso. Es un recurso que, bien usado, puede generar cambios reales. No hay que medir ese cambio por su tamaño, sino por su impacto concreto y honesto. Guatemala necesita personas que la vean como una construcción compartida, no como un problema lejano. Y quienes tienen privilegios, de cualquier tipo, pueden jugar un papel clave. No se trata de salvar a nadie. Se trata de estar ahí, de poner en movimiento lo que uno tiene. Porque el privilegio más valioso es aquel que se pone en acción.



