Durante ya suficientes años se ha dicho que «los jóvenes son el futuro». Aunque es cierto que suena inspirador, también funciona como una excusa para mantener a la juventud al margen de la sociedad. Nos empujan con el pretexto de que se tiene que esperar, aceptar, sonreír y, sobre todo, no tomar cartas en el asunto. Mientras tanto, otros deciden por nosotros, y las consecuencias no solo las sentimos en nuestro presente, sino también en nuestro futuro.
Hace unos años, la organización del estado era un tema que muchos evitaban como si fuera una clase extra de matemáticas un viernes por la tarde. Se hablaba en tonos serios, en canales serios, con gente seria. Había que esperar a leer el periódico por las mañanas, ver noticias, y tratar de entender discursos largos y a veces vacíos. Pero algo cambió: La política se volvió viral. Hoy, cualquier persona con un dispositivo puede enterarse en segundos de una crisis internacional, un escándalo de corrupción o una marcha masiva. Todo desde una historia de Instagram o un hilo de Twitter.
Karl Marx afirmaba que la religión es el opio del pueblo. Sin embargo, en nuestra época, marcada por la politización de lo cotidiano y la cultura del conflicto, me atrevo a decir que el verdadero opio contemporáneo son las ideologías.
¿Sabías que tu celular roto podría estar contaminando el agua que bebes y el aire que respiras? Cada año, Guatemala genera miles de toneladas de basura electrónica que, en su mayoría, terminan sin tratamiento adecuado, afectando gravemente nuestro ambiente y la salud de comunidades enteras. Este problema invisible es más cercano de lo que imaginas.
En Guatemala, hablar del privilegio se ha vuelto algo incómodo, o incluso tabú. No por lo que significa como tal, sino por lo que revela. Reconocer la existencia de privilegios, aunque sean mínimos, implica aceptar que vivimos en un país profundamente desigual, donde las oportunidades no están repartidas de manera igualitaria.




